El juego no lo hacen los desarrolladores

desarrolladoresyjugadoresTodos sabemos que los videojuegos son algo más que un simple entretenimiento para expresar emociones y sentimientos a un jugador exigente y entregado a la causa. Todos sabemos que detrás de cada juego se esconde un trabajo voraz, sacrificado y muy costoso (en muchos sentidos) de un grupo de personas aún más entregadas a la causa. Y todos sabemos que detrás andan un grupo de directivos, productores y encargados de marketing dispuestos a anunciar más juegos y someter a sus empleados a las más celebres gestas mediante la prisa, la presión y el pisoteo, de tan entregados que están a su causa. ¿El dinero? Podría ser, todos sabemos que la industria ha cimentado una estructura piramidal conocida desde los tiempos egipcios, y todavía vigente en cualquier otro ámbito de la vida. Pero, en medio de las estructuras siempre ha existido y existirá, la voluntad del ser humano.

Los juegos los hacen los desarrolladores de videojuegos, que para eso han estudiado la respectiva carrera de videojuegos en escuelas privadas y universidades (no españolas, faltaría más) y se han gastado los seiscientos miles de millones de dólares que cuestan las becas y los millones de fotocopias que vienen con el temario. El jugador puede jugar sus juegos, puede hablar de él o criticarlos con el fundamento que crea necesario, podrá intentar hacer videojuegos con un Game Maker de la vida… pero no podrá comprender a sus desarrolladores en su totalidad. Esto es así. Decía Sócrates con su intelectualismo moral que “solo sabe que no sabe nada”, argumentando que no podemos estar seguros prácticamente de nada, pero que a través del diálogo y el aprendizaje podemos adquirir los conocimientos necesarios para esbozar un conocimiento lo más real posible. Algo así sucede en la industria de los videojuegos actual: existe una frontera inabordable entre desarrollador y jugador que no se puede mitigar de ninguna forma, básicamente porque los primeros poseen de unos conocimientos que los segundos desconocen, y porque los segundos no pueden empatizar con los primeros porque no poseen esas experiencias adquiridas a través del aprendizaje del conocimiento videojueguil.

Sócrates también decía que “si una persona conocía el Bien (con mayúscula), necesariamente habría de obrar bien”, pero Sócrates probablemente ignoraba que más allá del yo hay una comunidad de personas y que las mismas cambian sus pareceres según le parezca la situacíon en la que se encuentra. Los desarrolladores de videojuegos por ejemplo, se las tienen que ver con alguien que les paga su trabajo, que como mecenas les exije algunos compromisos (desarrollo corto para lanzamiento instantáneo, DLC de pago, meter pase online, incluir al presi en el juego, etc.) y estos tienen que atender por las buenas o por las malas. Si tienes una idea chachi pero al capo no le gusta, tendrás que enviarla a la mierda por mucho que te haya gustado (normal, la hiciste tú), pero dentro de las delimitadas fronteras está la capacidad de cada uno para explotar sus recursos, posibilidades y poder de amiguetismo.

Los jugadores suelen ser lascivos con la industria y suelen pedir cosas que, a veces se cumplen, muchas otras no. Pero en los tiempos que corren y son el apogeo de las redes sociales, las campañas mediáticas o la influencia de las masas, las compañías y estudios se tienen que ver obligados a ceder en su hermetismo y abrirse al mundo entero. Hablamos de compañías con lanzamientos a nivel mundial, rebajas y precios deseados, detalles exclusivos de un videojuego esperado… y también una fuerte frecuencia de desarrolladores en Facebook, Twitter y YouPorn. La industria es mucho más accesible y cercana, quizá no todo lo que deberían, quizá ocultando una parte que no se corresponde con la realidad, pero al menos pudiendo atender a un público dedicado que le puede preguntar por cualquier cosa, como le corresponde a todo aficionado al mundillo o periodista que pregunte a Xabi Alonso por RSOC… bueno, esto no ha sucedido aún.

Las barreras intangibles de las cuales hablábamos entre desarrollador y público se hacen más pequeñas, y fruto de las mismas aparecen detalles y curiosidades muy interesantes. Por ejemplo, muchos juegos poseen un editor con el que poder crear tus proios niveles o elementos de un videojuego en sí. Un jugador podrá no ser un desarrollador, pero estos abanicos de posibilidades solo hacen que llenarles de profundo orgullo y satisfacción cortesana, porque ofrecen mil y una posibilidades para un videojuego y extienden su vida útil más allá de las estrellas del firmamento. El público del mismo modo, también expresa su admiración a los desarrolladores son sugerentes y atractivos obsequios en forma de fan-arts, construcciones varias, cartas de amor acerca de los videojuegos que más te han gustado y mucho más. Basta con ver, por ejemplo, el Miiverse de EarthBound en el que una barbaridad de fans pedían una localización del juego de SNES, y cuando Nintendo accede (después de todo, no les costaba un duro hacerlo), el muro se inundaba de mensajes de amor, paz y felicidad en forma de varios dibujos perecederos salvo en sus corazones. Igual que en la inolvidable serie de Itoi.

¡Qué bonito! Pues probablemente este sea el camino que deba seguir la industria. Hay que admitirlo: los desarrolladores podrán seguir haciendo guarradas con DLC de pago o juegos que no interesen a nadie, pero el público también tiene voz en la industria y después decide que es lo que quiere comprar o desea de lo que no. Estamos destinados a llevarnos bien, y buscando lo mejor para ambos en este mundillo se puede alcanzar el éxito triunfal que se desea por parte de desarrolladores, usuarios y quien sabe de directivos. No todos los desarrolladores trabajan en juegos shovelware ni todo el público es todo sumiso que harán lo que las compañías quieran. El etiquetado vale para los precios, no para las personas. Y mucho menos para el mundo del videojuego.

Yo solía escribir… en un blog de videojuegos, pero solía escribir…

-> Géneros predilectos: plataformas, puzle, RPGs.
-> Evitar preferentemente: shooters, Final Fantasy, juegos de terror.

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