Monster Party
Hoy en día, el videojuego tiende a la lógica y el sentido común, busca experiencias creíbles que transmitan sentimientos puros y decisivos de los autores que ponen firma a los clásicos trabajos cosmopolitan que son alabados por el público. La evolución gráfica nos ha aportado siempre mayores capacidades para albergar juegos más grandes, pero también una necesidad absurda de aparentar credibilidad con la vista para creerse el videojuego. Tanto Boston, tanto Philadelphia o tanto Gangs of New York… pero hubieron tiempos en que esto no era así. Tiempos en el que el realismo no era tan perseguido y a los desarrolladores, el tema de la credibilidad se lo pasaban un poco por el forro. De hecho, incluso se llegaba a tocar la otra punta de la lanza: el absurdo y el surrealismo con tal de buscar la diversión directa del videojuego, aunque fuera por una chorrada. Y uno de los títulos que mejor representa la locura de un desarrollador es Monster Party de NES, desarrollado por Bandai, hoy en día fusionada con Namco formando el binomio conocido propietaria de la serie Tales of.
Ante todo, Monster Party no es ningún referente de la industria. Como juego está bien, pero tampoco es una gran producción e inolvidable. Lo que sí lo hace único es el estilo macabro y ambientación lollipop que emana de este videojuego mientras a la vez nos enfrentamos contra la parte más siniestra del mundo. Todo comienza cuando un niño llamado Mark viene de jugar al béisbol y de camino a casa dislumbra una estrella fugaz que le hace llorar. Entrañable. Sin embargo, esa estrella resulta ser un monstruo que acaba cayendo justo delante suya llamado Bert. Tras presentaciones makeonas, Bert le cuenta que su mundo está en peligro por el dominio que ejercen “los monstruos malos” frente a los “buenos”, y necesita la ayuda de Mark para salvar su mundo. Mira que podía pedir cualquier persona del mundo mundial, pero necesariamente le toca elegir a Mark, y mediante una fusión entre ambos van a parar al mundo de los monstruos. Aquí comienza la epoyeya legendaria del bateador estrella de… bueno, de un mindungi.
Pero no es esta introducción fantasiosa a nivel 100 que nos presentan los chicos de Bandai, es solo una pequeña lanzadera para encontrar un mundo con una apariencia muy casual, muy repipi, pero lleno de ambigüedades que superar y cosas muy raras por el camino. Aunque fuentes internas dijeron que iba a ser una experiencia más macabra, Monster Party busca decididamente alejarse de los convencionalismos y nos trae una aventura que, realmente no da ningún tipo de miedo pero es graciosa y tiene un salero muy azucarado (perdon) que convierte a los monstruos en algo mucho menos que terroríficos. No es la intención de MP y mediante esta mentalidad construye un universo ambiguo, algo genérico, pero muy agradable. Una vez completado el juego sí te puedes cagar de miedo con el final absolutamente abyecto, sorprendente y pirado que ofrecieron sus creadores.
Monster Party consta de 8 fases en las que tendremos que manejar a Mark, un bateador. Como bateador… pues os podéis imaginar como es: lento, no tiene mucha variedad de movimientos (golpear al bate, nada más) y quizás como característica más peculiar: puede moverse agachado en el suelo como si fuera un caracol. ¡Enhorabuena! No puede decirse que sea el chico más agraciado para salvar el mundo, pero ocasionalmente y recogiendo unas pildoritas que sueltan algunos enemigos concretos, podrá transformarse en Bert durante poco menos de 1 minuto. Con esta forma, Mark podrá volar en el aire, lanzar metralletas de proyectiles y tener más resistencia frente a los ataques enemigos, pero no es una forma que dure eternamente y volverá a su estado original para alegría de los rivales que nos encontraremos por el camino.
Un camino fraccionado en esas ocho fases y que tendrán siempre la misma estructura: en cada nivel tendremos un espacio abierto en scroll horizontal donde vagan algunos monstruos esporádicos que hacen sus funciones de fastidiar y quitar vida, pero donde tendremos que centrar nuestra atención serán en las puertas que encontremos ocasionalmente por el camino. Dentro habrá que enfrentarse a varios minijefes con formas y tácticas de combate malandrinas y con sed de venganza, tendremos que ir esquivando sus ataques a la vez que golpearlos al mismo tiempo. Una vez derrotados todos, obtendremos una llave que abrirá la puerta a la salida del próximo nivel. Así hasta el final, donde tras acabar con todos los niveles encontraremos un estado de mal superior con el que batirnos en un combate a muerte.
La dificultad de estos minijefes varía mucho entre combates y cada uno tiene algunas tácticas recomendables pese a que casi todos pueden derrotarse a palo seco. De todas formas, están bien pensados de forma que algunos debamos vencerlos con Mark y otros con Bert. El dragoncillo siempre tiene ventaja sobre el heredero macaquero, pero Mark tiene una habilidad propia muy curiosa y útil frente a los minijefes: puede hacer rebotar los proyectiles que le lanzan con el bate y causarles muchísimo daño. La dirección en la que salgan golpeados es un poco aleatoria y depende del posicionamiento del bateador para saber dónde irán a parar las bolas, pero una vez se domina la técnica el recurso acaba volviéndose imprescindible para enfrentarse a estos jefes.
Sin embargo, la verdadera dificultad que entraña el juego está en administrar la preciosa barra de vida que viene acompañada en la interfaz en la parte inferior de la pantalla. La misma barra comenzará solo 1/4 de la misma llena y tendrás que recoger algunos corazones para llenarla (un corazón dará apenas dos puntos de vitalidad). El principal entresijo del juego es que el nº de corazones que pueden obtenerse en un nivel está limitado tan solo a 5, dejarán de aparecer en un determinado momento y tendrás que valerte por tí mismo para superar los niveles. Resulta muy difícil mantener la vitalidad en números altos debido a la naturaleza de los jefes, que suelen perseguirte o lanzarte una gran cantidad de proyectiles difíciles de esquivar, o es posible que te dejen acorralado frente una de las paredes, batallando con la espada de la muerte frente el clavel de tu corazón. Algo por el estilo, vamos. Al completar un nivel, también se recompensará al jugador con algo más de vitalidad, pero no mucha, solo la suficiente para contemplar una posible victoria en el próximo nivel.
A pesar de todo, Monster Party no es un juego muy difícil que digamos, contiene algunos combates y niveles que no entrañan muchas complicaciones por el camino. El primer nivel puede ser complicado a la hora de adaptarse a los controles (que no son de Premio Nobel, ¿para cuando uno de videojuegos?) y el esquema de juego al no saber administrar nuestra vitalidad y desconocer la naturaleza de las puertas, que ni siquiera parecen puertas. Luego la dificultad bajará un poco durante los siguientes niveles y subirá progresivamente conforme se acerca el final del juego. Cierto que es un juego antiguo y por aquella época probablemente no se consideraba el diseño general del juego, pero a MP le falta hervores para destacar notablemente en cualquier apartado. Ocho niveles no dan para mucho, es muy corto y no ofrece nada que no ofrezcan otros juegos… salvo el factor friki y raruno que desprende por los poros. Antiguamente podía ser un título bastante notable, hoy en día no pasa de un juego de nicho reducido para NES.
De todas formas, vamos a ceñirnos en esa temática tan raruna de la obra de Bandai, porque con ese ambiente tan colorido y resultón resulta muy difícil comprender porqué el juego se llama Monster Party o cómo estos monigotes están causando estragos en “el mundo de los monstruos” todo sea dicho. Bah, no tendrá nada que ver que encontremos jefes habituales como hidras, plantas carnívoras, esqueletos, bestias enormes, etc., pero también energúmenos como gambas empanadas, anillos de cebolla, un pozo, un rockero superstar, un gatito muy mono o dos zombis bailando. ¿A quién se le ha ocurrido? ¿Estaba Pocholo a la escribiendo el guión del juego? El juego se ve bastante bien para ser un título de NES, apuesta por el detalle y el color, sacrifica algunos elementos visuales en favor de una exposición más adecuada e incluso tiene detalles como que el protagonista vaya cambiando de color nivel a nivel, aunque más que añadido tiene pinta de limitaciones de la consola. Limitaciones que sufriría un apartado sonoro bastante anónimo y que solo tiene de interesante las primeras melodías de juego.
No es gran cosa, pero Monster Party es un juego que merece ser probado para echarse unas risas rápidas y baratas. Nos devuelve a esa época donde la norma a seguir era ninguna, donde cada desarrollador probaba sus ideas y veía hasta dónde podía llegar trabajándolas. Los límites estaban presentes, solo cabía superarlos y aportar ese granito de arena para divertir al personal. MP no lo consigue, pero su poca vulgaridad y extraño significado pueden atraer al jugador más ávido y curioso. Extrañamente iba a tener una secuela llamada Monster Party II, pero problemas internos en el desarrollo y seguramente una fuente mayor de locura dentro de las oficinas de Bandai provocaron la cancelación del producto. A saber cómo habría salido al final, pero con uno tenemos más que suficiente. Por mórbido, gracioso y vacío a nivel jugable.